A veces los territorios remotos caen bien cerquita de casa. Exactamente eso es lo que les pasa a los Cuatro Valles Pasiegos burgaleses: que aunque siempre estuvieron ahí, resultaron un territorio tan alejado, hostil y difícil de habitar que acabaron dando lugar a formas de vida propias. La de los pasiegos. Hombres y mujeres que a lo largo de generaciones, seguro que desde la lejana Edad Media en la que fueron enviados por el Monasterio de Oña para colonizar como pudieran esos valles, acabaron por encontrar la manera de adaptar sus vidas a un territorio en extremo hostil. Tan duro de habitar como lo es un paisaje de montaña, de inviernos largos y nevadas copiosas, fríos intensos, lluvia abundante, veranos cortos y suelos imposibles de cultivar. Los montes pasiegos encierran uno de los entornos naturales mejor preservados de Cantabria y Burgos. Entre los valles del Miera y del Asón se entremezclan canchales, cascadas espectaculares, laberintos kársticos, cuevas kilométricas, abismos y unas cumbres bastante peligrosas, muy difíciles de ascender. No sólo por la altura, que parece modesta aunque sobre el plano se traduce en desniveles muy importantes, sino también por el aislamiento del terreno.